La tarde lentamente se va tiñendo de un gris azulado y una ligera brisa me susurra palabras incomprensibles. Las calles arriba, están desiertas y silenciosas y todo afuera está impregnado de un sabor parecido a la nada, de un color que no existe, de un aroma a flor imaginaria. A oriente, los barcos duermen sobre el hedor del río, inmóviles y oxidados; inmensos e inútiles. Son las sombras de un ayer, triste versión de la muerte. A occidente, la ribera luce solitaria y espectral, bajo las nubes negras ahora. Subo por la calle "X", bajo por la calle "Y", camino en círculos, rombos, hexaedros, trazo con mis pies la geometría caótica de mi angustia. Que forma tendrá este tedio, esta nostalgia, este miedo de no hallarme en la superficie de mis lados al cuadrado.
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